Carta abierta al presidente del Gobierno sobre los trasvases
LaVerdad.es, 4-10-2005
Miguel Navarro Molina
Alcalde de Lorca
Quien esto escribe es el Alcalde de una ciudad -más de ochenta y nueve mil habitantes, con un territorio casi tan grande como el de la provincia de Guipúzcoa, con Ayuntamiento de mayoría socialista desde 1979- cuya historia ha estado siempre hermanada a la escasez del agua que riega una de las tierras más fértiles de todo el sureste español.
Desde hace 636 años, esta ciudad, Lorca, ha intentado con todas su fuerzas el trasvase de otros riegos o cuencas para dotar mejor lo poco que aquí existía. El rey Enrique II le concede las llamadas Fuentes de Caravaca que no pudieron llegar entonces en 1369, tampoco en 1500 cuando lo otorgaron los Reyes Católicos; ni en 1573 con el emperador Carlos V. Estas cercanas aguas hubieran podido regar 5.500 hectáreas. No se consiguieron después, en 1566, con Felipe II, ni en 1618 con Felipe III, pese a órdenes, estudios y proyectos. En 1742, se ordenó a los ingenieros Ferigán y Vaudepiche volver a plantear la cuestión. Todo quedó en nada. Esas aguas estaban a tan sólo cincuenta kilómetros del término municipal de Lorca.
En 1567, se pide al rey Felipe II el trasvase de los ríos Castril y Guardal que, tras años de trabajos, impide el Duque de Alba por intereses económicos. Cincuenta años después volvió a interesarse, y en 1633 quinientos hombres comienzan a trabajar en las obras, pero todo se quedó a mitad de camino. En 1718 y 1739, vuelve a plantearse el proyecto. Hay años por entonces en que no llueve ni una sola vez por este territorio. En 1775, se inician las obras para el trasvase de las aguas del Huéscar; se paralizan a los dos años. En ese momento, el gran economista Pedro Rodríguez de Campomanes dice en su Discurso del Fomento que «el territorio de Lorca es de los más fértiles de la Península y se halla en gran parte inculto». Sobre el trasvase del Castril y Guardal se sigue trabajando en estudios y soluciones desde 1926 hasta 1961 en que se dictaminó que no era conveniente.
En 1933, con el plan de Obras Públicas del ingeniero Lorenzo Pardo, el imperioso asunto del agua para Lorca se contempla dentro del análisis de todo el desequilibrio hidrográfico en España. Y se comienza a hablar de trasvases. Y no sólo del Tajo, sino del Ebro. Ante los que hablan del trasvase como una trasgresión del derecho natural se aduce que existen razones de superior interés nacional. La voz política la pone el ministro Indalecio Prieto. Al hablar de los trasvases como empresas de estado dice estas palabras que hoy podrían considerarse: «Ésta no es obra a realizar en el periodo brevísimo de días, ni de meses; es obra de años, para lo cual se necesita la asistencia de quienes hoy gobiernan, de quienes estén en la oposición, de quienes sirven al régimen republicano y, oídlo bien, de quienes están en contra de él; porque quienes por patrocinar el régimen republicano una empresa de esta naturaleza le negara su asistencia y su auxilio, serían, no enemigos del régimen, sino unos miserables traidores a España». En 1937, el ingeniero Félix de los Ríos ejecuta el proyecto de Aprovechamiento de parte de las aguas sobrantes del Ebro en ampliar y mejorar los riegos de Levante por el que Lorca podía irrigar veinte mil hectáreas. Y, de modo paralelo, el ingeniero Sánchez Cuervo idea otro plan en que se aúna los dos trasvases: el del Ebro y el del Tajo. Nada se hizo.
Todos parecen de acuerdo. La solución al problema de los riegos de estas tierras ha de encontrarse en los caudales sobrantes de las otras cuencas, examinando el problema con un carácter eminentemente nacional. Es a partir de 1982 cuando comienza a llegar algunas aguas procedentes del Tajo.
Parece que estamos en tiempos de sequía en estas tierras de que les hablo. Cíclicamente puede suceder: son tres años casi siempre. Rebasado el umbral de la sequía, viene la desincentivación de las inversiones agrarias, los endeudamientos, la repercusión en los empleos, la emigración, el incremento de la erosión y desertización, las disputas -también, las políticas- por el agua, la conflictividad social. Ya el agua no es un factor de progreso sino de supervivencia. La economía y el desarrollo son imposibles sin ese bien natural. Los acuíferos, sobreexplotados, con el agua a profundidades superiores a los doscientos veinte metros. Hay ya una agricultura de vanguardia, de extendido riego por goteo, a la que nadie asegura por la penuria e incertidumbre de los recursos hídricos del futuro. La gente empieza a mirar con desesperación la muy posible pérdida de árboles y cosechas. Un árbol no crece en un día, ni en un año, ni en tres, para dar fruto. Y hay quienes ya han empezado a cortar árboles. Un compañero me decía hace poco que, qué puñeta era eso de que el Ebro arrojara al mar cada día 37 hectómetros cúbicos de agua.
Le ruego me excuse lo dilatado de la carta y mi vocación por los historicismos. Permítame uno, finalmente. Un lorquino llamado Alonso Fajardo, conocido por el Bravo, en una carta que le escribió al Rey Enrique IV el año 1458 le decía lo siguiente:
«Soez cosa es un clavo y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste y por una hueste una ciudad y un reino».
Miguel Navarro Molina
Alcalde de Lorca
Quien esto escribe es el Alcalde de una ciudad -más de ochenta y nueve mil habitantes, con un territorio casi tan grande como el de la provincia de Guipúzcoa, con Ayuntamiento de mayoría socialista desde 1979- cuya historia ha estado siempre hermanada a la escasez del agua que riega una de las tierras más fértiles de todo el sureste español.
Desde hace 636 años, esta ciudad, Lorca, ha intentado con todas su fuerzas el trasvase de otros riegos o cuencas para dotar mejor lo poco que aquí existía. El rey Enrique II le concede las llamadas Fuentes de Caravaca que no pudieron llegar entonces en 1369, tampoco en 1500 cuando lo otorgaron los Reyes Católicos; ni en 1573 con el emperador Carlos V. Estas cercanas aguas hubieran podido regar 5.500 hectáreas. No se consiguieron después, en 1566, con Felipe II, ni en 1618 con Felipe III, pese a órdenes, estudios y proyectos. En 1742, se ordenó a los ingenieros Ferigán y Vaudepiche volver a plantear la cuestión. Todo quedó en nada. Esas aguas estaban a tan sólo cincuenta kilómetros del término municipal de Lorca.
En 1567, se pide al rey Felipe II el trasvase de los ríos Castril y Guardal que, tras años de trabajos, impide el Duque de Alba por intereses económicos. Cincuenta años después volvió a interesarse, y en 1633 quinientos hombres comienzan a trabajar en las obras, pero todo se quedó a mitad de camino. En 1718 y 1739, vuelve a plantearse el proyecto. Hay años por entonces en que no llueve ni una sola vez por este territorio. En 1775, se inician las obras para el trasvase de las aguas del Huéscar; se paralizan a los dos años. En ese momento, el gran economista Pedro Rodríguez de Campomanes dice en su Discurso del Fomento que «el territorio de Lorca es de los más fértiles de la Península y se halla en gran parte inculto». Sobre el trasvase del Castril y Guardal se sigue trabajando en estudios y soluciones desde 1926 hasta 1961 en que se dictaminó que no era conveniente.
En 1933, con el plan de Obras Públicas del ingeniero Lorenzo Pardo, el imperioso asunto del agua para Lorca se contempla dentro del análisis de todo el desequilibrio hidrográfico en España. Y se comienza a hablar de trasvases. Y no sólo del Tajo, sino del Ebro. Ante los que hablan del trasvase como una trasgresión del derecho natural se aduce que existen razones de superior interés nacional. La voz política la pone el ministro Indalecio Prieto. Al hablar de los trasvases como empresas de estado dice estas palabras que hoy podrían considerarse: «Ésta no es obra a realizar en el periodo brevísimo de días, ni de meses; es obra de años, para lo cual se necesita la asistencia de quienes hoy gobiernan, de quienes estén en la oposición, de quienes sirven al régimen republicano y, oídlo bien, de quienes están en contra de él; porque quienes por patrocinar el régimen republicano una empresa de esta naturaleza le negara su asistencia y su auxilio, serían, no enemigos del régimen, sino unos miserables traidores a España». En 1937, el ingeniero Félix de los Ríos ejecuta el proyecto de Aprovechamiento de parte de las aguas sobrantes del Ebro en ampliar y mejorar los riegos de Levante por el que Lorca podía irrigar veinte mil hectáreas. Y, de modo paralelo, el ingeniero Sánchez Cuervo idea otro plan en que se aúna los dos trasvases: el del Ebro y el del Tajo. Nada se hizo.
Todos parecen de acuerdo. La solución al problema de los riegos de estas tierras ha de encontrarse en los caudales sobrantes de las otras cuencas, examinando el problema con un carácter eminentemente nacional. Es a partir de 1982 cuando comienza a llegar algunas aguas procedentes del Tajo.
Parece que estamos en tiempos de sequía en estas tierras de que les hablo. Cíclicamente puede suceder: son tres años casi siempre. Rebasado el umbral de la sequía, viene la desincentivación de las inversiones agrarias, los endeudamientos, la repercusión en los empleos, la emigración, el incremento de la erosión y desertización, las disputas -también, las políticas- por el agua, la conflictividad social. Ya el agua no es un factor de progreso sino de supervivencia. La economía y el desarrollo son imposibles sin ese bien natural. Los acuíferos, sobreexplotados, con el agua a profundidades superiores a los doscientos veinte metros. Hay ya una agricultura de vanguardia, de extendido riego por goteo, a la que nadie asegura por la penuria e incertidumbre de los recursos hídricos del futuro. La gente empieza a mirar con desesperación la muy posible pérdida de árboles y cosechas. Un árbol no crece en un día, ni en un año, ni en tres, para dar fruto. Y hay quienes ya han empezado a cortar árboles. Un compañero me decía hace poco que, qué puñeta era eso de que el Ebro arrojara al mar cada día 37 hectómetros cúbicos de agua.
Le ruego me excuse lo dilatado de la carta y mi vocación por los historicismos. Permítame uno, finalmente. Un lorquino llamado Alonso Fajardo, conocido por el Bravo, en una carta que le escribió al Rey Enrique IV el año 1458 le decía lo siguiente:
«Soez cosa es un clavo y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste y por una hueste una ciudad y un reino».
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Antonio -